miércoles, 18 de abril de 2007
CONTRA EL CÍRCULO
Ha sido difícil convencerlo de que el desarragio existe. No podía concebir que pudiera pensar en mudar el suelo que piso y el cielo que me cubre desde que era un niño. No hacía ninguna concesión a mi argumento que tenazmente aligeraba el peso de los ancestros, la tensión de las amarras, en un culto que me pareció casi aberrante a las circunstancias. El dogma borgesiano del "Sólo una cosa no hay", no menos aterrador y muy propio de los desvaríos infinitesimales del tiresias argentino, rezumaba por los poros de aquel amigo que como yo no conocía aquello que defendía a ultranza y sin ambages. Qué capacidad podemos llegar a tener para enmascararnos de oratoria. Las palabras nos envenenan. A medida que nos adentramos en esa espiral que se contamina de emoción y reverbera en las cavidades de nuestra mente, como el rebote de un eco con el silencio, nos hacemos más creíbles, firmes y bizarros para nosostros mismos e gráciles, inconstantes y sobre todo, incómodos a los demás. Ni la trashumancia que el sufrió le reconvenía, ni su fervorosa defensa de mis raíces me aplacaba. Ambos en una especie de quiasmo dialéctico, como en un simulacro de debate, adquiríamos la postura de la experiencia vital del antagonista. Ni él gozaba del calor del sol que le vió nacer, ni sabía ya la salubridad de su mar urbano, ni de la perfecta simetría del ensanche, ni lo gótico de un barrio... Ni yo del olor extraño, del continuo ignorar, del sesgo primerizo, de la pátina novedosa que puede llegar a tener un edificio que cumple cinco siglos a los ojos del forastero. Ambos defendíamos lo que todo hombre defiende. Admitíamos en nuestra inútil agonística una única verdad: el deseo de aquello que no nos ha pertenecido. Para él, quizás tenía más sentido el retorno de un Ulises, pero vivía, siguiendo la metáfora, muy ajeno a Ítaca mientras se airaba en su retórica experimentando lo que es vivir con Calipso. Entonces, claro, ¿por qué no? ¿Qué necesidad tiene el de los muchos ardides de volver? Si tiene la certeza, si ya siente la arena de su patria y es ella la que está andrajosa, es Penélope la desconocida y Argos un indiferente felino que se acerca a sus fornidas piernas sudorosas para disimular un atisbo de reconciliación. Es Ulises un apátrida ya. No debe condescender al aviso de su sangre. Ella atenaza, obnubila y distrae la visión como el mito y los dioses... al fin y al cabo ¿No dicen ser ellos los que originaron nuestro mundo, nuestros primitivos engendradores? Y ¿Quién cree ya en ellos? Odiseo cansado de luchar por un pueblo que ya no reporta mayor consuelo que un fatuo fuego parecido al recuerdo. El círculo se acaba. comienza el centrífugo pasajero de las naciones, el verdadero conocedor del todo y la nada, el aprendiz perpetuo, el moribundo divagador, parsimonioso testigo de su propia digresión constante... ¡Camina, camina un poco más Sísifo!... ¡Y suelta ya tu piedra!
martes, 23 de enero de 2007
ASISTENCIA A UN CREPÚSCULO
Aún no, no, no. No hay descanso en mi nombre.
He resbalado desde un sentimiento,
y yerto en él-tendido entre dos llamas-,
piedra de tumba soy, papel sin letra.
Venga el que pasa-aquel que no he pensado-,
el que recibe, sin saber, completo:
tú-tal vez yo sea-, tú, ven, levántame:
soy piedra desehcada, soy huida
que retengo por mí-tal vez tú seas-;
ven, graba en mí tu nombre, dame espacio,
céntrame arriba, abajo: golpe a golpe
se forma en cruz mi vida. Punta en punta,
el cincel de tu tiempo irá encontrándome
hueco espacio de acción doble y continua.
Luz y sombra-al unirse-construyeron,
construyen-sin penumbra-, la estación,
el momento resbalado-impreciso-
en que soy-en que escapo-, en que a mí vengo,
en que a mí fundo en mí lo inhabitado.
Tú que pasas-tal vez yo seas-, ven.
¿No has pasado? ¿El lugar que soy contemplas?
Tal vez mi sentimiento sea lo extraño
que te admira. ¡No sé! Nada recuerdo.
Dejé mi pulso, arriba, abajo, a golpes
destruyéndome acaso a ti, que cerca
te he sentido llegar a lo que asistes,
a lo que en mí contemplas y no dejas,
a lo que vas labrando en mí contigo
letra a letra en la acción que me has salvado.
No sé, no sé por dónde... El sol se puso
arriba, abajo -en medio de mis ojos-,
al sentirte a mí llegando... Mi vista,
al sol me hundió... ¡Perdido estoy! ¡Sin cuerpo!
¿Tal vez tú seas?
¿Sí?
!Graba mi nombre!
He resbalado desde un sentimiento,
y yerto en él-tendido entre dos llamas-,
piedra de tumba soy, papel sin letra.
Venga el que pasa-aquel que no he pensado-,
el que recibe, sin saber, completo:
tú-tal vez yo sea-, tú, ven, levántame:
soy piedra desehcada, soy huida
que retengo por mí-tal vez tú seas-;
ven, graba en mí tu nombre, dame espacio,
céntrame arriba, abajo: golpe a golpe
se forma en cruz mi vida. Punta en punta,
el cincel de tu tiempo irá encontrándome
hueco espacio de acción doble y continua.
Luz y sombra-al unirse-construyeron,
construyen-sin penumbra-, la estación,
el momento resbalado-impreciso-
en que soy-en que escapo-, en que a mí vengo,
en que a mí fundo en mí lo inhabitado.
Tú que pasas-tal vez yo seas-, ven.
¿No has pasado? ¿El lugar que soy contemplas?
Tal vez mi sentimiento sea lo extraño
que te admira. ¡No sé! Nada recuerdo.
Dejé mi pulso, arriba, abajo, a golpes
destruyéndome acaso a ti, que cerca
te he sentido llegar a lo que asistes,
a lo que en mí contemplas y no dejas,
a lo que vas labrando en mí contigo
letra a letra en la acción que me has salvado.
No sé, no sé por dónde... El sol se puso
arriba, abajo -en medio de mis ojos-,
al sentirte a mí llegando... Mi vista,
al sol me hundió... ¡Perdido estoy! ¡Sin cuerpo!
¿Tal vez tú seas?
¿Sí?
!Graba mi nombre!
sábado, 13 de enero de 2007
SOBRENATURALEZA
Hemos menospreciado las imágenes diarias de nuestra alienación febril, hemos contorsionado los anhelos que nos dejan vivir, hemos ocasionado nuestra negación en un espejo falso, hemos dilatado nuestra existencia en débiles gritos, hemos dormido al calor de una corrección perpetua, nos invade la divinidad amigos, nos sacia el aliento fugaz de horizontes recién hechos, se nos da con ligereza esa prístina sorna celestial que nos complace, nos hace seres humanos, y somos coronados con opulenta gracia, con designios místicos, con roces órficos, con la oscuridad perenne de nuestra gran dignidad: la sobrenaturaleza
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